Paso por el Malvinas y mi mente dibuja esas calles verdes saturadas de hinchas vestidos y adornados para la ocasión que en repetida frecuencia se dirigen hacia su templo de cemento en esa placentera caravana de pies que caminan kilómetros y kilómetros sólo por verte 90 minutos. Paso por el Malvinas y el óvalo me devuelve el eco de tantos gritos pasionales, de los buenos y de los malos, pero todos justificados, dados por vos y nada más que por vos, por esas sensaciones que brotan cuando hacés las cosas bien y hacés las cosas mal; o simplemente las hacés como podés. Las pelotas desinfladas esperan por correr nuevamente saltando por el césped de nuestra casa mayor, superando rivales y descansando dentro del arco ajeno para generar una alegría propia.
Está bien, los jugadores tienen que descansar y luego prepararse para aguantar el trajín de todo un semestre lleno de intensidad, presiones y obligaciones. Pero esto de estar dos meses sin el Tomba no me pinta para nada.
